Una crónica ficticia, subjetiva e inacabada.
Por: Jennifer Levy
Esta vez, el escenario fue Buenos Aires. Ninguna como esta ciudad, donde el psicoanálisis es uno de los grandes íconos junto al tango, el Río de la Plata, los libros y los teatros, para conmemorar el 30 Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis llevado a cabo durante la primera semana de Septiembre. Como actividades previas, La Fepal preparó las Jornadas de Arte y Psicoanálisis, las Jornadas de Investigación, de Cine, de Niñez y Adolescencia y COWAP. Asimismo, los Congresos Didáctico y Ocal.
La ceremonia de inauguración fue particularmente emocionante para los asistentes peruanos dado que el Premio Fepal de este año lo ganó María Luisa Silva con un trabajo titulado El psicoanálisis en los tiempos de miedo. Luego de la premiación, Mempo Giardinelli, escritor y periodista argentino, preparó el terreno del tema que nos congregó con estas palabras: “La ficción no sustituye a la realidad. Es en todo caso otra realidad, otra verdad”.
El masivo encuentro “psi” estuvo dedicado a pensar sobre la delgada línea que separa la realidad de la ficción; lo fáctico de lo soñado; los hechos de lo narrado. Hubo abierta coincidencia acerca de la imposibilidad y la irrelevancia en el quehacer clínico de oponer las nociones de realidad y ficción. En el vínculo analítico todo lo que se dice y sucede al interior de la “la pareja analítica” o del “campo analítico” es tan auténtico como verdadero. Hoy, sin excepciones, lo que se privilegia en el proceso analítico es la construcción de una nueva narrativa (ficción? realidad? novela? sueño?) entre paciente y analista que colme de sentidos la existencia de ambos. Esta concepción del trabajo clínico como una folie á deux tuvo como referente teórico a los Baranger quienes fueron harto citados. Un fenómeno que sugiere que no todos los conceptos teóricos con los que trabajamos a diario son importados del viejo continente sino que desde Latinoamérica también se han formulado paradigmas que hoy orientan y guían nuestra práctica clínica en general. La publicación de la Revista Calibán es una prueba más de la presencia latinoamericana hoy en el psicoanálisis mundial. De hecho, Elizabeth Roudinesco, en una entrevista para el último número de Calibán, confiesa: En producción clínica, los latinoamericanos adelantaron a Europa, aunque ella continúe menospreciándolos”. (pag 132).
La sugerente temática que la Fepal decidió abordar esta vez nos dio la oportunidad de participar de un encuentro donde “lo psicoanalítico” se cruzó con otras disciplinas y temáticas como la literatura, el cine, la investigación universitaria, la psiquiatría, las neurociencias, la educación y la cultura. A su vez, alrededor de 600 ponentes distribuidos simultáneamente en paneles, talleres, ejercicios clínicos, trabajos libres y comentarios de trabajos previamente publicados hicieron que la tarea de elegir fuera realmente heroica. Una sensación abrumadora se apoderó de nosotros. Estar expuestos a tanto y, al mismo tiempo, no querer renunciar a nada, podría ser otro título para esta crónica. Aquí algunas de las mesas a las que asistimos.
Paneles
En el panel de Artículos Prepublicados, Antonino Ferro y Jay Greenberg presentaron su pensamiento clínico. Si bien Ferro tiene como referentes teóricos a Bion, Ogden, Green, Winnicott y los Baranger también dialoga mucho con la literatura y por eso su trabajo resulta tan inspirador. Para Ferro son importantes “los garabatos mentales” y los distintos “personajes de la mente” que se crean en el campo analítico. Para ello es indispensable la renuncia de la realidad fáctica, la transformación del relato manifiesto del paciente en “sueño” y elogiar “la mentira” del paciente a manera de un pensamiento creativo más que como un síntoma psicopatológico.
Greenberg, por su lado, presentó un caso clínico que nos llevó a pensar en el importante tema de la “auto-revelación” del analista en el campo de la transferencia-contratransferencia. Con una honestidad admirable, Greenberg nos comunicó de qué manera una dolencia física que le tocó vivir hace un tiempo no fue un obstáculo en el proceso sino una oportunidad para que juntos, él y su paciente, puedan seguir elaborando sus afectos. Cuando el analista es consciente de sus propias dificultades y sus propios estados mentales inmediatamente se “liberan” núcleos silenciados del paciente.
El panel “Escribir en el agua. Acerca del rechazo de la realidad psíquica” fue un lujo. Mónica Vorchheimer presentó un caso clínico conmovedor y fue comentado por Stefano Bolognini, Virginia Ungar y Fred Busch. La sensación de la analista de estar escribiendo en el agua (alusión a un poema de W. B. Yeats), es decir, de sentir que su paciente no registra emocionalmente la experiencia y no “la escucha”, fue puesta en cuestión. Sobresaliente el comentario de Ungar en el que resaltó la importancia de la adolescencia como una etapa fallida en la comprensión de muchas patologías contemporáneas.
Otro de los paneles interesantes fue el de “Realidades y ficciones: el abordaje clínico al paciente somático ¿es psicoterapia o psicoanálisis?” en el que Marilia Aisenstein, autora de varios libros y ex Presidente del Instituto de Psicosomática de Paris, presentó el caso de una paciente con graves trastornos psicosomáticos. Asimismo, Ruggero Levy, con su agudeza de siempre, presentó el material de un joven adolescente con este mismo tipo de patología centrada en el cuerpo. Ambos expositores coincidieron en que este tipo de pacientes pueden llegar a trabajar en psicoanálisis y desarrollar áreas mentales capaces de soñar, pensar y hasta representar lo descargado en el cuerpo.
En el panel sobre el pensamiento clínico de André Green se presentó la última entrevista que Fernando Urribarri le hizo al psicoanalista francés en vida. Vimos a un Green mayor, relajado, sereno y dueño de una sabiduría conmovedora. Green logró sintetizar el estado actual del psicoanálisis, las diferencias profundas entre las corrientes que van hacia el “yo” y las que se quedan en la fantasía. Sus ideas dieron cuenta de un distanciamiento de Lacan y una cercanía con Winnicott y Bion. Resaltó la idea de que la cínica implica ante todo un encuentro humano.
Talleres
El Taller de “Enactment” estuvo conformado por Moisés Roosvelt, Stella Yardino, Mauro Gus y José Nazaré Rocha. Este grupo de psicoanalistas vienen trabajando el tema del enactment como una respuesta del analista, en principio inconsciente, pero portadora de significados valiosos para el proceso. El caso clínico que presentó Yardino sirvió para entender el enactment del analista no necesariamente como un error o una falla sino como una señal de lo que viene ocurriendo al interior del campo analítico y hasta el momento no puede ser puesto en palabras. El enactment cobra valor cuando es re-escenificado por el analista y comunicado al paciente.
El taller de Cínica Psicoanalítica contó con la participación de dos grupos con metodologías de supervisión distintas. En el primero, “La cocina del consultorio. Aprendiendo de experiencias compartidas entre analistas”, varios analistas argentinos presentaron viñetas de pacientes que en algún momento del tratamiento arrasaron con su capacidad para pensar. El debate giró en torno a cuál es la función analítica y cómo podemos recuperala cuando el discurso manifiesto nos atrapa y nos “sorprende”. El segundo grupo de supervisión, perteneciente a la Sociedad Uruguaya de Psicoanálisis, presentó una “brizna” o “piropo” de material clínico. La consigna aquí no era ahondar en los datos de historia del paciente sino trabajar con “lo que hay”. Ambos talleres fueron buenos ejercicios de asociación libre.
En el taller “Narrativa representacional como ficción creadora entre teoría y clínica” destacaron Héctor Fiorini y Hugo Bleichmar. Se habló de la polivalencia de la transferencia; de la necesidad de hacer preguntas “microscópicas” a los pacientes confusos para explorar cómo suceden los eventos de sus vidas; de “la realización simbólica” que sucede en silencio pues analista y paciente no tienen que hablar de lo que están viviendo porque, simplemente, lo viven. Esta experiencia “vivida” en el consultorio, que muchas veces no necesita de la palabra para ser compartida, es sanadora en sí misma.
El taller “Psicoanálisis y Cultura”, mesa que para nosotros dio cierre al Congreso, mereció más en el conjunto de ponencias pues resultó ser un diálogo entre “pesos pesados”. En el primer taller, conformado por los analistas argentinos René Epstein, Cecilia Hidalgo, Adriana Stagnaro y Mabel Murillo, se reflexionó sobre la necesidad de construir paradigmas teóricos específicos para entender, por ejemplo, los fenómenos de migración y discriminación, tan propios de la cultura latinoamericana. El segundo taller, convocado por Augusto Escribens, lo presidieron Claudio Eizirik, Marcelo Viñar, Lucho Herrera y Jani Santamaría. Con poco tiempo para exponer y avasallados por “el tiempo efímero”, cada uno habló desde el lugar que entiende el psicoanálisis y de sus experiencias profesionales más allá del consultorio.
Y para terminar, en los extramuros del Congreso, la vida cultural bonaerense nos cautivó. La celebración de los 100 años de Cortázar en una muestra impecable en el Museo de Bellas Artes, la exhibición de Le Parc en el MALBA y la presentación de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Teatro Colón. Por supuesto, The Old Woman con la actuación maravillosa de Mikhail Baryshnikov y Willem Dafoe y La Omisión de la Familia Coleman, obras de teatro imprescindibles. Otros escenarios igualmente memorables fueron el legendario bar Tortoni, la pizzería Los Inmortales donde Ricardo Darín filmó El secreto de sus ojos, Palermo Soho, la feria dominical de San Telmo, el cementerio donde se encuentra la tumba de Eva Perón y las librerías desperdigadas por la ciudad. Y mientras todo esto sucedía como en un sueño acelerado, nos despertó la música ligera del desaparecido Gustavo Cerati. Para volver pronto.