Julia Kristeva escribió una trilogía que tituló El genio femenino. La vida, la locura y las palabras[1] que dedicó a explorar la vida y la obra de tres mujeres excepcionales: Hannah Arendt, Melanie Klein y Colette, la excéntrica y polifacética artista francesa de fines del siglo XX. El proyecto en su conjunto es un homenaje a mujeres que cambiaron la forma de pensar la filosofía, el psicoanálisis y el arte. Un homenaje a las mujeres que desde su experiencia intima construyeron los cimientos de una nueva forma de entender al ser humano. Más allá de la reivindicación de lo femenino, que también está, este libro le deja a uno la necesidad de crear un lenguaje propio que dé sentido a nuestras vidas.
Si bien he leído algunos textos de Melanie Klein en la universidad, en clases de psicoanálisis, en grupos de estudios o por mi cuenta, leer esta vez el tomo II de la trilogía dedicado a la figura de Melanie Klein bajo la lupa prestada por Julia Kristeva, fue fascinante. Más aún, La locura. Melanie Klein o el matricidio como dolor y creatividad es una excelente introducción a la obra de Klein puesto que las ideas kleinianas no están expuestas como conceptos fijos o estereotipados sino como nociones que nacen de experiencias y motivaciones profundas.
Kristeva construye un retrato de Melanie Klein absolutamente humano. Como si la hubiera conocido de cerca, describe a Klein como una mujer con una capacidad sobresaliente para sobreponerse al dolor, honesta consigo misma a la hora de crear e incapaz de claudicar. Su compromiso férreo con el psicoanálisis la enemistó hasta con su propia hija poniendo al descubierto las mismas envidias que tanto describió y conceptualizó en su obra.
Se narran los primeros años de la vida familiar de Klein en Viena, la relación tirante con su madre Libussa, su juventud y su afán por el conocimiento, sus dos análisis con Ferenzci y Abraham, la maternidad y la “obsesión psicoanalítica” de observar a sus hijos, las pasiones extremas que su llegada a Londres suscitó, sus referentes de inspiración (el guión que Colette escribió para una ópera de Ravel fue el origen del famoso texto El niño y los sortilegios), la muerte de su hijo Hans, etc, etc. Lo que más enfatiza Kristeva es que sus aportes teóricos nunca dejaron de estar en directa relación con los diferentes momentos de su vida. Como ocurre con todo creador. El clásico artículo El duelo y los estados maniacos de defensa, por ejemplo, fue escrito en los meses siguientes a la muerte intempestiva de su hijo Hans. El dolor nunca la paralizó. Asimismo, los casos que fundan la técnica del psicoanálisis de niños surgieron de la observación sistemática de sus propios hijos. El conocido caso de Fritz es en realidad su hijo Eric, quien confesó en su adultez haber sido analizado por su madre/analista durante una hora todas las noches antes de dormir.
Desde sus primeras publicaciones, Klein despertó una lluvia de acusaciones pues se pensaba que sus ideas acerca de la técnica para analizar niños era poco científica por haber nacido de la observación informal de sus hijos. Asimismo, Klein, a diferencia de los annafreudianos, pensaba que los niños traían un monto innato de tánatos que teñía la relación temprana con la madre sin importar mucho lo que ésta hiciera o no en la realidad. Que el psicoanálisis era un recurso de salud mental preventiva que todos los niños debían de experimentar. Que la analista era un sucedáneo de la figura materna. Que había que interpretar los contenidos transferenciales. Que desde el inicio de la vida existe un sentimiento tan complejo como la envidia. Que la vida mental está invadida por un torrente de proyecciones e introyecciones entre nosotros y los otros que no tiene fin. Que el dolor es parte inherente a la vida. ¿Acaso fue demasiada información todo esto?
El caso es que estas ideas escindieron el pensamiento psicoanalítico inglés asunto que culminó con el enfrentamiento público entre Klein y su hija Melita (pueden consultarse las Controversias de Pearl King). Según Julia Kristeva, claramente influida por la obra de Wilfred Bion, este escenario de unos contra otros, de buenos y malos, típicamente esquizo-paranoide, puso en evidencia exactamente los mismos fenómenos psíquicos que Klein ya había descrito en sus trabajos. Fenómenos como la pulsión de muerte y la envidia innatas.
Pero así como las ideas de Klein desataron una avalancha de fragmentaciones al interior de la sociedad psicoanalítica inglesa, también fue la oportunidad, dice Kristeva, para que los analistas (en representación del género humano) logren atravesar el conflicto y develar así los aspectos amorosos y creativos escondidos de la condición humana. El cuestionamiento a Klein trajo a la larga y como consecuencia ideas valiosas en el campo académico y clínico. La figura de Winnicott en medio de ese clima fanático fue decisiva para los desarrollos teóricos posteriores. La imagen que tenemos del “pediatra independiente” llamando la atención de los analistas reunidos a discutir sobre conceptos teóricos mientras afuera estallaban las bombas, es potente.
¿Qué hizo de Melanie Klein una figura tan amenazante para los analistas ingleses?. ¿Acaso la criticaron porque retrató al ser humano atrapado en su interior, ahogado en su pulsión de muerte? ¿la rechazaron por no tomar en cuenta al Padre, figura de devoción del freudismo clásico? ¿la condenaron por su “desinterés” en la realidad física, específicamente, por la figura real de la madre?¿por desafiar a Freud y postular que el Complejo de Edipo aparece muy temprano en el desarrollo evolutivo? ¿por ser mujer? ¿por cuestionar el establishment encarnado en ese momento por Ana Freud, heredera directa del psicoanálisis?
¿Por qué le reprocharon tanto a Klein construir una técnica científica basada en la observación de sus hijos si el propio Freud construyó gran parte de sus postulados teóricos en base a su autoanálisis?
[1] Publicada originalmente en francés en el año 2000. La primera edición en español salió en el 2001. La edición trabajada en este caso es la de Editorial Paidós, 2013.