Lo que el Festival de cine de Lima nos dejó

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En esta versión del 19 avo festival de cine de Lima me sorprendió la excelente muestra de documentales. Allende, mi abuelo Allende, dirigido por Marcia Tambutti Allende, la nieta del que fue presidente de Chile, es un regalo para el espectador. Después de muchos años de vivir exiliada en México, Tambutti regresa a Chile para encontrar respuestas a su pasado. Entrevista a su familia, indaga en el único archivo fotográfico de la familia que quedó en manos de su prima y va en busca de los lugares en los que su abuelo vivió y trabajó hasta su último día de vida. Este proyecto artístico-familiar se convirtió finalmente en un viaje introspectivo hacia el pasado.

La once, otro documental chileno, le rinde tributo a la amistad, la vejez y la alegría de vivir y está filmado por la nieta de una de las protagonistas de esta historia. Maite Alberdi decidió filmar a su abuela, figura materna central en su vida, junto a un grupo de amigas que se vienen reuniendo desde hace 60 años una vez al mes para tomar el té: “La once”, como lo llaman en Chile, es “el lonche” para los peruanos. Me sorprendió la constancia de la directora-nieta para filmar las conversaciones de sobremesa de un grupo de mujeres de la tercera edad durante 5 años consecutivos que resulta ser también un retrato de la sociedad chilena conservadora. Durante el rodaje, varias mujeres murieron, entre ellas la abuela de la realizadora, pero todas ellas sobrevivieron gracias este documento artístico.

Carta a una sombra, basado en el gran libro El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince es un testimonio sobre la vida del médico Héctor Abad Gómez asesinado por sus ideales y su afán por mejorar el servicio de salud pública en Medellín. Este proyecto, realizado por su nieta, Daniela Abad, recupera la entrañable relación de su padre Héctor Abad Faciolince con su padre muerto. Este rodaje convoca a toda la familia que aún llora la muerte del patriarca y nos confronta otra vez con la violencia que como Colombia nosotros también padecimos durante los años de la guerra interna.

No es casual que estos tres documentales coincidan en el hecho de estar realizados por directores muy jóvenes que han puesto su arte al servicio de una búsqueda absolutamente personal. Todos ellos se han sumergido en la historia familiar para encontrarse  a sí mismos. Y son tan auténticos que nosotros como espectadores sentimos que cada una de estas familias tienen un poco de la nuestra. Los silencios, las distancias, los encuentros, el amor, el descubrimiento, la decepción y la admiración. ¿Será que hoy estamos siendo testigos de una nueva generación de cineastas que apuestan por rescatar historias familiares íntimas pero universales para llegar a las verdades más profundas y hacer de este recorrido introspectivo un documento artístico que perdure en el tiempo? Lo que nos deja una vez más el festival de cine de Lima es la certeza de que entre las artes y los procesos terapéuticos hay un encuentro verdadero.

Jennifer Levy